Wednesday, February 15, 2006

Granada my style: placeta de la Romanilla

La mañana del segundo día en Granada consistió en vistar el convento de la Cartuja y la Catedral. Monumentos del barroco más increíble, me impresionaron ambos, pero ¡que agotador haber vivido durante la Reforma! No wonder que esta gente ande en onda de perder la fe si esta ha sido tan terrible por los siglos de los siglos. Como muestra un botón: el refectorio (comedor) del convento estaba decorado con pinturas del martirio de unos cartujos durante el reinado de Entrique VIII. Esto le llevaba descuartizamientos varios y retratos de frailes con la simbología de su tortura; esto es: San Fulano mirando al cielo con cara de paz mientras un hacha le parte la nuca. Y otros por el estilo. MACABRO, cualquiera pierde el hambre. Bueno, según leímos los cartujos ponen especial acento en el ayuno.

La catedral fue visita checklist. Entrar y salir. Lo más impactante, las proporciones de las columnas y el órgano dividido entre las dos paredes de la nave central. Pero filo: están tan vacías las iglesias que me significan poco, cobran entrada y las velas-eléctricas-ofrendas se prenden con céntimos de euro. Super fome.

Pero aquí va lo que quería contar: al lado de la catedral había feria con fruta y verdura de verdad!! Facinante, siempre me han gustado los mercados. Además, es todo lo vivo que uno no encuentra en sitios como las catedrales. Así que almorzamos unos bocadillos en la plaza de la Romanilla y caminamos hasta otra plaza bien bonita donde los comimos. Pero yo quería quedarme en la Romanilla, así que después de ver un par de puestos tipo bazar de souvenirs , me separé del grupo y volví a instalarme en esa plaza. Necesitaba estar sentada durante mucho tiempo en el mismo lugar! La plaza era un poco decadente y me dió la misma sensación de hogar que el Raval: nada demasiado perfecto.

En la plaza había: la parte trasera de la torre de la catedral, dos restaurantes con sillas al sol, cuarenta palmeras y un grupo de viejitos sentados en un banco conversando con una gitana medio loca que cantaba por el día de San Valentín. Las viejitas la acompañaban con las palmas. Después de un rato, se instalaron varios gitanos a tocar guitarra y cantaron mientras me dormí una siesta al sol. Me comí una naranja y unos higos que había comprado en el mercado y fui profundamente feliz.

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