Con mi bolsita de la Catrina, me sentí como el pato y la muerte, moviéndome sutil y lentamente por la ciudad: compré un libro sobre Darwin en una librería preciosa en Huérfanos, conversé con el vendelibros sobre Rilke, eligí una Moleskine roja y sin líneas para este momento libre y amoroso de mi vida.
Seguí rumbo al barrio Bellas Artes y me sentí devuelta en Santiago, Santiago de Chile, SCL, con sus aspiraciones y su smog y su gente -que pareciera que no se divierte mucho, pero igual lo pasa bien y es amable si uno sonríe-.
Entré a un café donde me siento en casa y almorcé crema de zapallo, mi sopa favorita. Y pensé como todo este placer de estar en calma y sola conmigo, adicta a derrochar el tiempo, podría también contárselo a otra gente para que viniera y caminara grisáseamente, como yo, alguna otra tarde de invierno.
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